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miércoles, 24 de febrero de 2010

MOMIA EN EL MANGUITO

A grito limpio, un hombre contaba de su obra escrita recién terminada. Que era una gran novela, que sería laureada hasta con hojas de mango y ramilletes de cundiamor, bañada con aguas del río del Valle. Vociferaba párrafos enteros de su última faena escritural. Reclamaba la atención del viento, la noche y las estrellas. Emocionado hasta el llanto, narraba el capítulo donde relata las peripecias de su infancia, para inmediatamente después, quejarse de la ignorancia de quienes se negarían, ya lo sabía, a publicar su obra. Sin importarles qué tan extraordinaria fuese, sabía que no la publicarían, sabía que dirían que la novela “no reúne las condiciones suficientes para ser tomada en cuenta para las próximas publicaciones de la editorial tal o cual”, -malditos, exclamó.
El campechano y borracho poeta, luego de apurar un trago de su botella, sacó unos sucios papeles de un bolso que colgaba de su hombro. Entre salpicaduras de saliva con ron, ceniza y bocanadas de humo, empezó una atropellada lectura de lo que él llamó el epílogo de su obra maestra. Leía sin pausa, ni concierto ni desconcierto, sin levantar la cara, ni lo ojos ni nada. Leía absorto y concentrado. Leía atropellando las palabras, arrastrando las letras, acorralando la sintaxis. Después de un rato, calló. Guardó su material y se fue.
La cultura sigue siendo el refugio de los malvivientes del arte, pensé mientras seguía con la mirada a aquel poeta de pueblo que parecía comprender mejor que muchos el mundo de la cultura por estos lados del planeta.
La cultura funciona como una gran lavadora de mediocridades, claro, de eso se trata, mediocres que se asumen dueños de la verdad absoluta. Por eso no le publicarán el libro a este hombre, por eso no les importa quién es, ni su obra ni su origen (¿o sí?) ni su calidad humana ni artística ni si viene o va ni su compromiso con la vida o con la muerte ni nada de nada...
Sí, son unas basuras. Hacen de la cultura su antro, su cueva. Copulan y vomitan, regurgitan y ríen. Hacen trampas y lo disfrutan. Se comportan como los corruptos de siempre, y se ufanan de ello. Se rodean de sus amigos para cercar a quienes luchan y desean una cultura abierta y para todos. Son tramposos. Sin vergüenza ni escrúpulos. Son vividores de la cultura e irónicamente, viven matándola. La cultura es su puta particular, su marico privado y depravado, así ha sido desde tiempo atrás. Vienen arrastrando sus mañas, sus vicios, sus inmoralidades y sus amigos a quienes nombran gerentes de la cultura para perturbar, para publicar sus mediocridades, para robarse los subsidios del Estado. Para meter zancadillas. Para impedir publicaciones que no sean las de sus amigotes. Deciden por todos, no consultan, imponen y son como una serpiente, venenosos.
Una momia, sí, eso es, una momia. Una momia oscura y blanca. Asusta. Nos tiene malhumorados. Desalentados. No es una momia para hacer alarde, de esas de sarcófago y vendas. No, ella viste de lino, gasa y mantilla. Quiere estar en todas partes, donde se nombra cultura, ella aparece, no porque le gusta o la defienda sino porque es su modus vivendi. De la misma manera como es la sangre para los vampiros, así es la cultura por estos parásitos. Ella negocia aquí y con los de allá, con los enemigos de la cultura y del pueblo. Acosa, daña y mina la cultura del pueblo bueno. No existe grupo que no esté penetrado por los odios e intrigas de la momia. Tiene todo acaparado: la pintura, las letras, la escultura, las librerías, la imprenta, danzas y hasta en el buen cine mete sus brillantes y pestilentes velos.
Todos saben de ella, pero nadie la ve, nadie quiere mirarla. Pasan a su lado como si no existiera, pero la sienten. Porque hace daño. Porque afea. Chupa, medra, gorronea. Viaja ella y sus momios. Publica ella y sus momios. Todo lo bueno se lo apropia y lo malo lo delega. Cada actividad importante o buena, se la agarra. Y cuando no puede meter las garras, sabotea, obstaculiza. Desconoce y niega todo lo humano, humilde y grandioso de la cultura. Para la momia la cultura es un objeto valioso, pues recibe mucho dinero para publicar libros no escritos, obras no pintadas, esculturas no talladas, danzas no bailadas, música sin notas, arte sin gentes, obras no existentes.
Tanta maldad hay en esta momia, que logra que a quienes sí publican, no les den dinero, pero para ella y sus momios siempre consigue mucho. Tiránica y déspota. Intrigante y trepadora, ventajista y sectaria. Silenciosa y maniobrera. Remota y antigua.
Tiene un comadrón, una especie de álter ego, pero sin tetas. Es una frustración que camina, aunque hay quienes piensan que debería rectar o chapotear, no importa, hace daño. Es como cuando nos tomamos el trago que nos hace ver doble y por más que intentamos juntar la doble figura no logramos hacerlo, siempre se desdobla. Así es la momia y su contraparte. Ubicado en un pedestal, obliga y niega, el falso amor es pasaporte a la inmortalidad.
La momia ha logrado que la cultura luzca oscura, dolorosa y peligrosa. Se impone el silencio a la crítica. La doble moral. Estar bien con todos, aunque parte de ese todo signifique la negación de la cultura misma. Persigue, acosa y desaparece a quienes no comparten la doble vida, la usencia de principios y de ideología.

Matías bajó con un sonoro estrépito la santamaría, dando así fin a otro día de etílicas libaciones en El Manguito. Fue ése estrépito el que me despertó de mi pesadilla. Me sequé la saliva que se había deslizado por la comisura de los labios y miré a mi alrededor, eran pocos los parroquianos que nos encontrábamos dentro de la celebérrima “discoteca”. Pagué y salí por la puerta pequeñita, la que está al lado. La plaza lucía iluminada y solitaria, una brisa fría me pegó en la borracha y grasienta cara alejando los últimos vestigios de tan negros sueños, menos mal que son sueños de borracho, y como todos sabemos, borracho no vale.

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